“¡Niña…, las biznagas, las de Málaga, que son las que huelen!” Salvador Rueda, periodista y poeta.
La biznaga es una flor que no nace sino que se hace, como los recuerdos que ágilmente se clavan en la memoria. Quienes realizan esta flor insertan cuidadosamente jazmines aún cerrados en las puntas de un cardo seco que sirve como esqueleto, uno a uno, los jazmines irán formando una bola de flores que al caer la noche se abrirán despidiendo el intenso olor de esta delicada flor. Hay que recogerlos blancos y todavía cerrados en las calurosas tardes de verano para que la biznaga sea efectiva y se abra en los primeros minutos de la noche, evitando recoger los que son de color morado.
Fotografía de Antonio Rivadeneyra
Ataviado con pantalón negro, camisa blanca y fajín rojo, se reconoce al biznaguero, el artesano de esta flor, quien pasea aromatizando las calles de Málaga con la penca de una chumbera carnosa en la mano, en la que pincha docenas de biznagas que a su paso liberan el apacible bálsamo con el que cobra sentido el origen andalusí de la palabra “biznaga”, cuyo significado es “regalo de Dios”. Esta herencia de la época de Al-Ándalus, de cuando floreció la exquisita cultura de los cinco sentidos, explica por qué en la mayoría de los patios andaluces hay una planta de jazmín destinada a amenizar las largas tertulias nocturnas, en las que familiares y vecinos se juntan a las puertas de sus casas acompañados de una jarra de agua fresca para disfrutar de la conversación avivada por el dulce olor.
Mi madre contaba que antiguamente los hombres usaban moñas de jazmines que se hacían insertando jazmines cerrados en un alfiler, éste se clavaba cerca del corazón, en el ojal de la pechera, para que el aroma acompañase el paso embriagante del elegante paseante. Al oler el jazmín no puedo evitar rememorar las madrugadas de verano, de cuando era adolescente, y mi madre, en la mesita de noche, ponía un montoncito de jazmines que ahuyentaban a los mosquitos, lo que me permitía conciliar el sueño y emprender el plácido viaje nocturno que configuró algunos de mis sentidos. Las cosas que nos importan permanecen, insisten, y de esa forma nunca desaparecen. Desde la época de Al Ándalus el olor a biznaga ha formado parte del recuerdo y de la identidad de multitud de personas que valoran, como un abrazo, esta entrañable fragancia que delicadamente insiste verano tras verano.